Victoria by Mercedes García Ochoa

Victoria by Mercedes García Ochoa

autor:Mercedes García Ochoa [García Ochoa, Mercedes]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788426481405
editor: Penguin Random House Grupo Editorial Argentina
publicado: 2023-04-03T00:00:00+00:00


Capítulo 15

Como cada noche, ese domingo Victoria y sus compañeras se disponían a meterse en la cama. El rito nocturno era similar al de la mañana, comunitario, pero en soledad, triste y en silencio, bajo la atenta mirada de la monja Mercedes. Victoria se quitó el delantal a cuadros y notó que cada vez tenía más dificultad para desabrocharse las tiras atadas atrás en la cintura. “Tanta inmovilidad me está anquilosando las articulaciones”, pensó. Recorrió mentalmente las tareas a las que eran sometidas, o las que se podían permitir, y ninguna representaba un ejercicio de consideración. Si bien tenía sesenta y tres años, había velado siempre por mantenerse razonablemente ágil, y lo estaba. “O lo había estado antes de entrar en la cárcel –pensó–. Solo me queda ayudar a Nélida a limpiar el baño, eso me vendría bien”, supongo. Se lo dijo con poca convicción. Dos segundos después ya estaba viendo cómo sacar más provecho de los paseos en el patio. Recordó sus caminatas por los jardines de Villa Ocampo, en San Isidro. Cerró los ojos para volver a oír el sonido del viento en las hojas de los árboles. Se quitó el vestido y lo dobló con cuidado sobre el delantal, en el estante de al lado del camastro, que hacía de mesa de luz y armario a la vez.

De a poco, una a una, las presas se fueron metiendo en la cama, y unos minutos más tarde, a las ocho en punto de la noche, la monja apagó la luz.

—Descansen en paz —dijo la religiosa.

—Demos gracias a Dios —las presas estaban obligadas a contestar. Y lo hacían cada noche.

Victoria se acostó de lado, todavía arrastraba algún dolor en la pierna de aquella vez que la monja la había tirado de la cama agarrándola del pelo. Alejó ese recuerdo inmediatamente. Recurrió a sus jardines de San Isidro otra vez, y pensó en los árboles: ombúes, palos borrachos, tipas, gomeros, jacarandás, pimenteros, su algarrobo. Había tantos, y los conocía tan bien. Extrañaba las flores y las plantas de su jardín. Con los ojos cerrados volvió a admirar los jazmines, Santa Ritas, laureles rosados, hibiscos, gardenias, paraísos. Se vio bajando la barranca hacia el río a recolectar quinotos de los árboles, descalza, sintiendo el pasto fresco en las plantas; cuando lo hacía al mediodía en el calor del verano, el césped seco le hacía cosquillas en la piel tersa. Le gustaba llevar flores en la ropa. Antes de salir, cortaba alguna orquídea violeta o un jazmín para colocarlo en el ojal de su tailleur. Los jardines de Villa Ocampo siempre habían sido su refugio, cuánto más ahora que solo le quedaba acudir mentalmente a ellos en busca de sosiego. Recordó un poema de Leopoldo Lugones, y lo recitó en voz baja moviendo apenas los labios:



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